Dona Emilia e a señora Carme

En las largas noches de invierno o en las calurosas tardes de verano, la vieja Carmela leía novelas del oeste o le miraba los santos a las revistas del corazón. Eso era cuando no estaba calcetando, ni ganchillando, ni rezando el rosario, que eran sus ocupaciones principales en su ocio. Tenía otra afición que gustaba mucho en la familia: cocinar y no podía evitar hacerlo en cantidades industriales, por del hambre pasada, por lo que siempre necesitaba ayuda en la cocina y allí estaba su nieta para ayudarle en los fogones. Para entretenerla y enseñarle le contaba cuentos y historias de otras vidas para que cuando fuera mayor, no pasase por las penalidades que ella había sufrido en su juventud. A La nieta le gustaba lo que escuchaba y preguntaba y preguntaba. Y Carmela respondía y respondía pero, a veces, callaba. Para tirarle de la lengua la nieta empezó a contarle a ella, pues ya se sabe que un cuento llama por otro. Y así fue como Carmela, en su vejez, supo que hubo una condesa que escribía sobre el mismo mundo que ella conocía. Sé bien que esta historia fue así pues Carmela era mi abuela.